Un mundo estable; un tiempo que es apenas perceptible en una sucesión de presencias; una obra que parte de las cosas y no de la añoranza de su fugacidad; un espacio ordenado calladamente, con límites no impuestos, aceptados; así, desde la primera exposición individual en la ya desaparecida galería “La Pasarela” de Sevilla (Marzo-Abril de 1967), el universo de esta artista, Teresa Duclós, que hoy nos ofrece las últimas muestras de su labor de creación.
Cuando otros sintieron la necesidad de cambiar los aires de Sevilla por los de otras ciudades lejanas y mayores, la pintora optó por permanecer en el mundo que le rodeaba. No hubo en esta decisión planteamientos teóricos, o quizás no hubo elección propiamente dicha. Sabía que el mundo de su alrededor no era fácil de abarcar, que las incógnitas se multiplicarían si no encontraba el lugar adecuado para despejarlas, y buscó la manera de colocarse ante su mundo, primero para observarlo, después para contemplarlo; finalmente, tal vez, para entenderlo o, al menos, para hacer comprensible esa relación.

Dirige entonces su mirada hacia objetos concretos, hacia una mesa oscura y vieja con bulbos de nardos, y lleva al lienzo toda esa oscuridad, toda esa materialidad de la gruesa madera que se mezcla y confunde con la terrosidad de los bulbos, y todo dicho con escuetas y severas pinceladas sin pretensión de realismo. Se fija en una jarra que ha estado siempre sobre donde ahora la ve y ha de servirle para hacer un bodegón, y otro, y otro al cabo de los años siempre sobre la misma tabla y con el mismo fondo. Mira las tazas de la vieja guardesa Salvadora y las pinta como ésta las tenía colocadas, en una repisa en alto, junto a la pared, invertidas las tres, junto a dos vasos de cristal también invertidos, y pone en el dibujo de esa formas simples y elementales y en la escasa gama de colores, grises mezclados con blancos y algún azul de sobrio brillo, todo el afecto que le tiene a esa mujer a la que ha visto desde niña. Contempla aquel rincón tan querido por alguien: “Su rincón”, y pinta lo que allí sigue estando: tres cestos de mimbre en la parte superior de la alacena; en la inferior, dos aperos del jardín junto a dos tiestos vacíos. Dibuja la geometría de los círculos irregulares de los cestos, de los más regulares y paralelos de las macetas una dentro de otra; traza las diagonales en forma de uve cerrada de los mangos de la azada y el rastrillo, la línea horizontal de la divisoria, las verticales, y todo el fondo frontal de la pared que da solidez y estatismo a ese humilde rincón de la casa. Es una geometría simple y complicada a un tiempo; la simplicidad viene dada por la frontalidad; la cierta complejidad por ese zigzagueo de líneas quebradas, ángulos e intersecciones, donde el ojo podría haberse perdido en algún momento.

Jacobo Cortines (de Cuadros para una exposición)